Menos de la mitad de un día. Es decir, menos de 1/730 de año. O lo que es lo mismo, casi nada tendiendo a nada. Los relojes se ablandan, o en el peor de los casos saltan por los aires sus complicados engranajes, aunque no entiendan de carillones junto al kilómetro cero ni de canciones de Mecano. Las agujas marcan las horas torpemente, aterradas ante la muerte del 7 y el nacimiento del 8. Es el miedo al salto sin red, al paso a ciegas, a la incertidumbre disfrazada de futuro. Es en entonces que la memoria persiste y se impone la mirada atrás para inventar un inventario que suavice saltos, pasos e inquietudes.
Agenda, cuadernos, recuerdos, nombres varios de días diversos. O simples ideas fugaces que tuvieron su vigencia en aquel instante y hoy, a estas alturas de año, la recobran en cuasi-póstumo homenaje. Nuevos muertos (varios) y nuevos vivos (menos). Amigos descubiertos en conversaciones de madrugada, que es cuando se tienen encuentros en la berrenda fase. O reencontrados en lugares donde sopla otra brisa y calienta otro julio. O sentados a la mesa azul de una cofradía que es algo más que procesiones. O interpretando la mejor música con que un cuarteto puede amenizar noches de primavera, verano, otoño e invierno.
Viajes cortos y largas despedidas. Sueños al por mayor en esta fábrica de la que todos somos entusiastas obreros. La bandera de Salamora en lo alto de mi mástil. El grado de médico en el bolsillo de mi bata para empezar a hacerlo vida y obra muy pronto. El tercer cajón en danza y en mudanza permanente, si es que se puede mudar del todo un tercer cajón. El bolígrafo siempre dispuesto para escribir cartas, muchas cartas, reservando las mayúsculas para la rúbrica en clave de mediodía, en forma de un mismo nombre con muchos días de fiesta. Notas sueltas. Temas pendientes. Apariciones estelares. Amigos y residentes donde sea, porque La Clase sigue existiendo y el charco no es tan insalvable. Los miércoles y los jueves son días cada semana más grandes. He extendido el mapa y sea cual sea el destino, me saldrán las cuentas. He mirado la hora y voy bien de tiempo... ¿no?
Agenda, cuadernos, recuerdos, nombres varios de días diversos. O simples ideas fugaces que tuvieron su vigencia en aquel instante y hoy, a estas alturas de año, la recobran en cuasi-póstumo homenaje. Nuevos muertos (varios) y nuevos vivos (menos). Amigos descubiertos en conversaciones de madrugada, que es cuando se tienen encuentros en la berrenda fase. O reencontrados en lugares donde sopla otra brisa y calienta otro julio. O sentados a la mesa azul de una cofradía que es algo más que procesiones. O interpretando la mejor música con que un cuarteto puede amenizar noches de primavera, verano, otoño e invierno.
Viajes cortos y largas despedidas. Sueños al por mayor en esta fábrica de la que todos somos entusiastas obreros. La bandera de Salamora en lo alto de mi mástil. El grado de médico en el bolsillo de mi bata para empezar a hacerlo vida y obra muy pronto. El tercer cajón en danza y en mudanza permanente, si es que se puede mudar del todo un tercer cajón. El bolígrafo siempre dispuesto para escribir cartas, muchas cartas, reservando las mayúsculas para la rúbrica en clave de mediodía, en forma de un mismo nombre con muchos días de fiesta. Notas sueltas. Temas pendientes. Apariciones estelares. Amigos y residentes donde sea, porque La Clase sigue existiendo y el charco no es tan insalvable. Los miércoles y los jueves son días cada semana más grandes. He extendido el mapa y sea cual sea el destino, me saldrán las cuentas. He mirado la hora y voy bien de tiempo... ¿no?