viernes, 29 de mayo de 2009

Amigos y residentes donde sea (versión II)

Dos semanas después del paseo con E&G y María, ha sido Raúl mi acompañante-contertulio. "¿Me pueden decir de dónde vienen?". "De Salamanca y de Ciudad Rodrigo". Aunque viniéramos de Zamora y de Barcelona, no era del todo mentira. Nunca nos sedujo la estadística, así que adulterarla ligeramente no nos va a quitar el sueño. Piedra sobre piedra, bien puestas casi todas, nos hemos vuelto a recrear en los lugares comunes que siempre nos convocaron. Lejos ahora en el espacio, nos sigue juntando el tiempo compartido, más allá de los quehaceres académicos, de los pasillos de la Facultad y de las clases a las ocho de la mañana. Pasear hoy por Zamora, como sólo lo hicimos un Miércoles Santo, conversando de todo un poco como solíamos, me deja el poso nostálgico de las amistades sostenidas, que la distancia refuerza a su peculiar manera. La presencia fugaz de Rafa; tantos nombres aparecidos en los labios o en el pensamiento, sin pronunciarlos pero presentes; las anécdotas eternas que no por archiconocidas pierden su encanto cada vez que se relatan; los planes de futuro que en el pasado encuentran el sólido cimiento de la confianza; los milagros que consisten en la fe sanadora y plena; las tesis casi hechas pero a medio dirigir; los solomillos en hojaldre; los tapices flamencos; una nueva versión de una vieja historia...

martes, 19 de mayo de 2009

La tristeza de una reina

De pequeño, Tordesillas me sonaba a alejarme de Salamanca y padecer "veiculos longos" durante horas. Era nombre de tráfico denso y exilio. Hoy, en la era de las autovías, que a Castilla y León ha llegado cuando nos estábamos cansando de esperarla, ya me suena mejor. Este sábado recuperamos el "espíritu de Sigüenza" (o para mí, "de Atienza") y disfrutamos de la villa, que conmemora los cinco siglos de la llegada de la Reina Juana... para quedarse. Porque allí la quedaron, recluída en una locura que sabe Dios si tenía algo de tal o la causó el propio cautiverio. Destronada de todo en medio de la nada, debieron resultar eternas aquellas jornadas/décadas de Tordesillas, sin poder siquiera visitar la tumba de Felipe en el grandioso Convento de Santa Clara. El olvido se haría fuerte en las estancias de su alma, contagiadas de la frialdad de un palacio, jaula de oro para la reina de Castilla. Sería un homenaje, un tributo a su memoria, que, cuando atardecía, el águila volara a su aire, al cielo que la pobre Juana debió ansiar cada vez que se ponía el sol en Tordesillas.

lunes, 18 de mayo de 2009

Sin olvidar el nido

Cuando hace un año, por estas fechas, cambiaba el "Salamanca" de la columna izquierda por un "Entre Zamora y Salamanca", venía a explicar mi traslado a la que era "mi favorita de las ciudades vecinas" y ahora ya siento como "mi otra ciudad". Este lunes que me ha traído, en otro de mis semanales regresos, a Salamanca, he descubierto que la habitación de la entrada es, como la siguiente, un nido vacío. Todavía caliente, frescas las huellas del reciente despegue, pero vacío. Libres para cuantos regresos gusten los exiliados, cálidos y nostálgicos, pero vacíos. Me consuela que sabemos bien dónde tenemos el nido, que en él podemos seguir aprendiendo, que el abandono no es tal abandono, que la huída no es sino un proyecto de vida y que los dos nidos vacíos están repletos de amor. ¡Hermano, desde hoy y en adelante, suerte en León! Y ya sabes que tu brújula y la mía siempre nos orientan hacia el sur del viejo reino.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Copa de España, ¿verdad?

El año pasado jugaron la final de la Copa del Rey el Valencia y el Getafe sobre la hierba del Manzanares. Un paracaidista del Ejército del Aire llevó la bandera de España al estadio y con ella el balón, que depositó sobre el punto central, para que comenzara el partido. Ambas aficiones ovacionaron instantes previos al inicio del juego los acordes del himno nacional. Lo propio del sentimiento patriótico o del respeto institucional. Pues bien, este año no ha habido aterrizaje, y hace unos minutos, tal y como se esperaba, los aficionados del Athletic de Bilbao y el Barcelona, flamantes finalistas, han recibido con una sonora pitada el himno de España. Lo propio del desbarajuste de Nación que tenemos. Lo impropio es que estas aficiones no sean capaces de reconocer que la grandeza de sus clubes estriba en que han trascendido las fronteras provincianas de Vizcaya o Cataluña, que tengan peñas en pueblos extremeños y seguidores en aldeas castellanas. Lo absurdo es que Televisión Española haya censurado miserablemente las imágenes de Mestalla. Que todo el mundo contemple el suceso. Para que los independentistas no digan que se oculta su gesto de rechazo a España. Para que sepamos qué clase de "gente civilizada" puebla esta noche las gradas. La noticia estaba en Valencia y los avispados responsables de la cadena pública conectaban con Bilbao y Barcelona. De fondo sólo se intuía la pitada. Ni una imagen del Rey abucheado. Ni rastro de respeto. Ni ganas casi de ver el partido, pero le echaré un vistazo, cuando se acabe la política y empiece el fútbol...

lunes, 11 de mayo de 2009

Así fregaba, así, así...

Ahora que estoy atrincherado en el sofá del salón, mientras se secan los suelos, con el aspirador y la fregona a la vista, me he acordado de las fregonillas del Carnaval en esta foto de Alberto (que no sólo retrata pasos). Disfraz el suyo, de verdad la mía, con la que he bailado esta tarde la danza de la lejía y el limpiasuelos aroma pino, aunque no acabo yo de sentirme en Tierra de Pinares. Para un amo de casa en fase incipiente, como es mi caso, resulta todavía complicado bailar dicha danza sin pisarle los pies a la hermana fregona, por impericia o por malicia. Todo será acostumbrarse y aprender. Mientras tanto, continúo las clases prácticas para ser capaz de encontrar polvo donde nunca pensé buscarlo (y acabar con él) y para que los baños luzcan como los chorros del oro (aproximadamente, porque yo no he visto ningún chorro de ésos). Ya lo de planchar...

domingo, 10 de mayo de 2009

Con deseos e ilusión

No será en esta Liga, salvo milagro albaceteño, pero seguimos llevando la mejor carta en nuestra mano. En una ciudad donde al preguntar "¿De qué equipo eres?" la inmensa mayoría contestan "Del Madrid", y algunos "Del Barcelona", resulta más difícil todavía hacer baza, pero sobre el tapete verde del Helmántico hay que seguir confiando en que llevamos las de ganar. No será este año, quizá sea el próximo, igual pasarán unos cuantos más, pero lo cierto es que VOLVEREMOS. Y algún día, al preguntar, sólo habrá una respuesta: "La duda ofende: de la Unión Deportiva Salamanca".

sábado, 9 de mayo de 2009

La medicina en la familia

Comparto aquí lo que he compartido hace unas horas en el Auditorio de Calatrava, en la mesa redonda de la Semana de Vida y Familia. Ha sido una experiencia magnífica.

Buenas tardes a todos. En primer lugar quiero agradecer a los organizadores de estas jornadas diocesanas que hayan confiado en mí para exponer el tema que ahora nos ocupa, “La medicina en la familia”. Suena parecido este título a “Medicina de Familia”, o por ser exactos “Medicina Familiar y Comunitaria”, la especialidad médica en la que me estoy formando y que corresponde a lo que comúnmente llamamos médico general o médico de cabecera. De familia o de cabecera son expresiones que evidencian el grado de cercanía que se establece en la relación entre el médico y el paciente cuando tiene lugar en el primer nivel asistencial.

EL MODELO DE ATENCIÓN FAMILIAR

No por nada se denomina “Medicina de Familia”, pues lo que distingue a nuestra especialidad de las hospitalarias es precisamente que el paciente es contemplado como parte de un grupo organizado, la familia, que es definida por una serie de características que apuntarán los otros miembros de la mesa. La atención integrada e integral a la persona sana o enferma que requiere la ayuda del médico debe tener en cuenta que “la familia cumple funciones vitales que otros grupos no pueden llevar a cabo tan eficazmente. Dichas funciones comprenden la relación sexual, la reproducción, la educación y la subsistencia”. Por lo tanto, una buena práctica médica ha de incluir la atención individual, la atención comunitaria, y también la atención familiar. No puede ignorarse a “la familia como agente social primario, por lo que su buen o mal funcionamiento es un factor dinámico que influye en la conservación de la salud o en la aparición de la enfermedad. Cuando la familia enferma, es decir, se hace ineficaz y no puede ejercer sus funciones, se habla de familia disfuncional”. Muchas situaciones que se le plantean al médico no podrían ser resueltas sin partir desde este amplio punto de vista, que encuentra en la familia el medio donde se halla el paciente y extrae de ella, con frecuencia, los instrumentos para la resolución del problema. Fundamental es la detección de los factores psicosociales que condicionan la aparición de la enfermedad. Los hay de carácter estrictamente familiar, económico, laboral, ambiental, etc. Detectarlos, saberlos diagnosticar e intervenir sobre ellos es tarea del médico. Muchas veces es el primero ajeno al núcleo familiar en toparse con dichos factores, y debe actuar en consecuencia, tanto en su práctica profesional como a través de otros recursos a su alcance: asistencia social, orientación familiar, psicología…El papel del médico como detector precoz de problemas psicosociales con repercusiones clínicas implica, como digo, una posterior actuación. Pero no es su cometido emprender labores de terapia familiar, pues no es el médico un terapeuta familiar, aunque haga uso de alguna estrategia parecida. Al contrario, el enfoque del médico es bien distinto, pues su condición de responsable del primer nivel de la asistencia le otorga el privilegio de constituirse en observador del ciclo vital del paciente y la familia, y de esta observación surgirán las intervenciones que sean necesarias. Otro rasgo sobresaliente del médico de familia es su compromiso moral con la persona. Todos los médicos lo han de asumir, pero en el médico de cabecera este compromiso adquiere especial relevancia. Un buen médico de familia ha de ser un auténtico especialista en personas, capaz de cultivar con el paciente una relación de confianza, respetando su autonomía pero sabiéndole transmitir a lo largo del tiempo cercanía y sincero interés en su bienestar. Muchas veces, en el transcurso de la relación médico-paciente, dada la confianza que se va tejiendo, éste desvela a aquél cuestiones de su más estricta intimidad, que incluso desconocen sus familiares más directos: la discreción es otra característica que se acentúa más si cabe en el médico de familia. A continuación, esbozaré brevemente el papel del médico en algunos momentos fundamentales de la trayectoria vital del individuo en el ámbito de la familia. Lo haré desde mi particular concepción humanista y cristiana de la Medicina.

EL INICIO DE LA VIDA

Dar inicio a una nueva vida constituye una responsabilidad que a pocas se iguala. Cada vida humana es titular de un valor y una dignidad absolutos, que precisan el escrupuloso cuidado por parte de quienes, como los médicos, desempeñan un servicio precisamente a favor de la vida. Al médico se le plantean a menudo cuestiones relacionadas con la vivencia de la sexualidad en la pareja. Su orientación debe ir encaminada a una vivencia realmente plena, libre, integrada en la persona y cooperante con su salud. No pocos pacientes plantean la puesta en práctica de medidas reguladoras de la procreación. Se les ha de educar en la paternidad responsable, pues la vida naciente ha de disfrutar del mejor ambiente posible, velando desde el mismo momento de la concepción por el bienestar del nuevo ser. Algunos demandarán tratamientos que, por criterios morales, el médico entienda no debe prescribir. Su libertad de conciencia es un derecho a proteger también, pues no hemos de aceptar el concepto del acto médico como un mero intercambio de servicios que pondría en entredicho la relación de confianza. El médico, obligado a una continua formación para estar al tanto de los avances científicos, más allá de sus creencias o principios, ha de formarse en la bioética, para saber dar una explicación cualificada ante los interrogantes de actualidad en esta materia, profusa pero superficialmente abordados en los medios de comunicación social: la fecundación artificial, la investigación con embriones, el aborto, otros que irán surgiendo. A buen seguro ya se han dado argumentos de peso a lo largo de esta semana en este mismo lugar. Razones por todos bien conocidas, en las que coinciden el magisterio eclesial y buena parte de la comunidad científica. No obstante, la fuerza del conocimiento teórico se sirve de la debilidad del profesional que afronta estas situaciones de incertidumbre a pie de calle, en la intimidad de la relación con un paciente que duda, que se aferra a soluciones reprochables éticamente para lo que él considera su problema. No basta la teoría. El paciente ha de convencerse encontrando en el médico al prójimo que le entiende, que le acompaña y que le aconseja sin coacciones, que transmite su amor por la vida del hombre y le estimula para acogerla como lo que es, un don, un misterio precioso.

LA ENFERMEDAD

Si fundamental resulta el inicio de una nueva vida y todo lo que rodea a sus primeras fases de desarrollo, lamentablemente desamparadas por la ley vigente, no menos relevante para una familia se presenta la prueba de la enfermedad. Ya sea una afección leve o grave, duradera o efímera, la dolencia de uno de sus miembros se deja sentir en toda la familia, y la propia familia, en permanente interacción, contribuye a superarla, evitarla, mantenerla o incluso agravarla. El médico, en su presencia continuada junto a la familia, habrá podido detectar y anticipar esta circunstancia, y puesto en práctica las medidas de prevención a su alcance. Las citas en la consulta, las visitas al domicilio y otro tipo de encuentros puntuales le habrán convertido en persona cercana a la familia, más o menos querida, eso dependerá de su capacidad de empatía, pero en todo caso cercana y bien conocedora de sus miembros. También habrá sido portador de malas noticias cuando dicha prevención no haya surtido el efecto deseado, habrá compartido momentos felices y amargos, y habrá seguido su lado. Particularmente dolorosas resultan para la familia las enfermedades crónicas de uno de sus miembros. Procesos degenerativos, alteraciones psiquiátricas o adicciones obligan a redoblar los esfuerzos de los convivientes, a los que el médico ha de guiar en la tarea de cuidadores. A menudo, poco se puede hacer por estos pacientes con vistas a su curación. La sola presencia, una mirada, un gesto de cariño, suplen la insuficiencia de los fármacos. Esta dimensión humana es la que sustenta la buena práctica médica, ya que la confianza del paciente resulta imprescindible. El médico, por tanto, es el cuidador que ha de educar a los cuidadores permanentes: la familia que precisa conocer cómo atender al enfermo, cómo ofrecerle unas atenciones que cobran sentido en el amor que le entregan, para que ese amor se complemente con las palabras y los gestos que el enfermo está necesitando. Al enfermo y a sus familiares, agotados muchas veces por los cuidados que durante años le han proporcionado, se les plantea la pregunta acerca del sentido de la vida: si una vida azotada por el dolor o la incapacidad merece ser continuada. Esta pregunta, en ocasiones constituida en demanda, es formulada al médico, que ha ido recurriendo a todo su saber científico y a sus cualidades humanas para aliviar el dolor del enfermo.

EL FINAL DE LA VIDA

En respuesta a esta situación se han ido configurando lo que conocemos como Cuidados Paliativos. Enfermos incurables, desahuciados, moribundos, encuentran en ellos la asistencia más indicada. La enemiga de la Medicina, evidentemente, no puede ni debe ser la muerte, porque la batalla estaría perdida de antemano. Tampoco puede ni debe ser tenida por aliada en la lucha contra la enfermedad. La intención de los cuidados paliativos no es alargar la vida a toda costa, cayendo en lo que se conoce como encarnizamiento terapéutico, sino proporcionar al enfermo la mejor calidad de vida posible, mejorando su situación física, psíquica y espiritual. En el horizonte ha de divisarse la muerte como un acontecimiento natural, procurando que cada día de vida resulte realmente deseado por el enfermo. En este ámbito, es lícito el uso de analgésicos que conlleven el riesgo de que el enfermo pierda la conciencia o se abrevie su vida, siempre que no haya otros medios para aliviar su dolor, haya dado su consentimiento y el fin directo sea la analgesia, aplicándose el principio del doble efecto. En todo caso, al enfermo no se le pueden negar los cuidados normales y ordinarios, como son la alimentación o la ayuda para la respiración, así como todo el apoyo psicológico y humano que se le pueda prestar. En ninguna forma, ni por acción ni por omisión de los cuidados ordinarios, se puede consentir la llamada eutanasia, que procura la muerte del enfermo, la haya solicitado o no. El médico, al servicio de la vida, no debe alargarla a toda costa ni interrumpirla en ningún momento de su desarrollo. También tiene derecho el paciente a conocer la verdad de su situación clínica, por extremadamente grave o desesperanzadora que pueda parecer. Con cercanía, suavidad, pero al tiempo con franqueza, el médico es el responsable de transmitirle esta información, sustentándose en su relación de confianza. El médico, a su vez, facilitará la atención a la dimensión espiritual de su paciente, parte fundamental de la persona que en la hora de la muerte merece si cabe mayor importancia, y aconsejará a los familiares para que sepan cómo acompañar al agonizante. Es tarea difícil, pero en este trance la mera presencia, el puro cariño, son particularmente necesarios.

A MODO DE CONCLUSIÓN

En definitiva, y a modo de conclusión, deseo reiterar una vez más que el médico ha contraído un compromiso firme en general con la vida y en particular con cada uno de sus pacientes. La defensa de la vida ha de moverle y trascender en cada uno de los actos médicos. En los tiempos presentes, cuando otros intereses se anteponen, cuando el derecho a la vida se difumina en debates políticos e ideológicos, la ciencia de todo médico y la caridad del médico cristiano, la razón y la fe, han de hermanarse más que nunca.
  • La joven desconcertada por un embarazo con el que no contaba,
  • la pareja desesperada porque no es capaz de engendrar vida,
  • la familia conmocionada porque espera un nuevo miembro que ya verá la luz del mundo marcado por la enfermedad,
  • los padres desbordados por la educación de los hijos, por la amenaza de las drogas, por los peligros del mundo,
  • el hombre o la mujer que se ven recluidos en el lecho del dolor para el resto de sus días,
  • la familia que participa, a su modo, de la misma cautividad,
  • la dureza de saber próximo el final o de preguntarse cuánto durará la espera,
  • los solitarios,
  • los incomprendidos,
  • los dementes,
  • los abandonados…

Todos ellos necesitan que el médico esté a su lado, al pie de su dolor, guiado por el principio de “curar a veces, aliviar a menudo, confortar siempre”. Un médico enamorado de la vida, que sepa trasmitir este amor a los que, en un momento dado, han dejado de quererla.

domingo, 3 de mayo de 2009

Quinientos tres

Decíamos que era "año santo" en la Vera Cruz, al caer el tres de mayo en domingo, según la regla compostelana para sus años jacobeos. No sé en qué día de la semana les dio por alumbrar la Cofradía a nuestros hermanos fundadores, pero sí me consta que era fiesta: la Cruz de Mayo, Cruz de Pascua, Cruz florida. Buscaron la mañana de su memoria litúrgica para empezar con buen pie, y más de cinco siglos después podemos darles la razón, porque el paso fue firme y seguro... o así lo respalda la Historia. Imagino que fue una mañana de sol, como ésta en que hemos recordado con gratitud su reunión de hermanos. Sería un sol de justicia pero sobre todo de Gracia, acunado en nubes que soñaban ya con regar procesiones. Sería un sol inmenso, soltando rayos en forma de cruz, vistiendo a una mujer con su ráfaga de gloria, y llamando a la luna para dársela por pedestal. Sería un sol de travesía, de camino y de sudor, sosteniendo el cansancio junto al brocal del pozo. Sería un sol redondo, atrayente, blanco, partido y entregado. Un sol invicto que, quinientos treses de mayo más tarde, todavía no se ha puesto del todo, y sigue convocando al despuntar el alba para fundarlo todo sobre su piedra angular, la que desecharon los arquitectos. Para pastorear el rebaño con bondad y salir en busca de las ovejas perdidas, desde donde sale el sol hasta el ocaso.